Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía

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Afuera, el frío continuaba calando los huesos a los fantasmas, a los vampiros y a uno que otro “parroquiano lechucero”. Mas, para un Coleccionista de sueños idos, qué puede importar el rostro del clima…
La música estaba allí: Densa, trasnochada; con esa voz aguardentosa y melancólica como protagonista. El sonido del saxofón aportaba una cuota de libidinosa sordidez a la canción.
Los burdeles suelen ser así de patéticos al amanecer.
Podría jurar que aquella mujer lloraba mientras cantaba…-
-¿Dónde estabas tú cuando me acurruqué en la ventana a lamer mis heridas?
-¿Por qué saliste corriendo, si viste a boquicéfalos atándome los pies?
¿Es que acaso olvidaste que siempre fui tu sombra fiel?
(Coro)
¡Aplastemos a la criatura hasta hacerla reventar!
¡Que graciosos sus ojitos, nunca cesan de llorar!
¡Cantemos mientras restregamos nuestras uñas en su piel…!
El jardín reverdeció, y hay luces brillando allá afuera.
Estoy aguardando al pez dorado que ha de llevarme a la estación…
Mi aquí vendrá en uno de los vagones que traen sueños de la villa.
(Coro)
Se va…
Se va…
El viento sopla para allá
-Hoy eres tú quien tiene vendas en los ojos y caminas hacia atrás.
Ten cuidado con tu cola, no la vayas a pisar.
Ya ni rezar por ti puedo, vino por mí una nueva vida.,
(Coro)
Se va…
Se va…
El viento sopla para allá…
Finalizada la canción, colocó unas monedas junto a su vaso vacío, y se enfundo la cachucha; pero no por abrigarse, sino porque temía se le escapara alguna estrofa de aquella canción, y olvidaría lo que le pareció, era su historia…
Así, entre la neblina del amanecer, tarareando el estribillo, se perdió el Coleccionista de sueños idos…
